El 25 de marzo, día de la Encarnación de la Virgen, se celebra en Barbastro la Fiesta del Crespillo. El crespillo es un postre típico hecho con hojas de borraja rebozadas en masa de huevo y harina.
Se trata de un postre ritual que si se come en su día “para que preñen las oliveras” y con el fin de propiciar una buena cosecha de olivas.
En algunos pueblos es costumbre guardar el aceite de freír los crespillos para untar con él las yemas de los olivos para obtener una generosa cosecha.
En el ámbito del Parque Cultural se celebran otras fiestas gastronómicas como la Fiesta de la Chireta en Pozán de Vero o las Jornadas Micológicas en Barbastro.
La Noche de Ánimas precede a Todos los Santos (1 de noviembre). Es un día de recogimiento, de misterio y de tradición, donde los vivos tratan de facilitar a los muertos el tránsito a la vida eterna mediante la luz y el sonido, producido por velas y campanas. Los niños vacían calabazas en forma de calavera para colocar una vela encendida en su interior. Totones y almetas, seres del inframundo, son protagonistas de esta fiesta.
En buena parte de los pueblos del Parque Cultural se sigue celebrando, como es el caso de Colungo, Alquézar, Adahuesca, Buera y Radiquero. En esta última localidad ha alcanzando un mayor protagonismo, pues organiza un amplio programa de actividades culturales y lúdicas que hace las delicias de pequeños y grandes.
El fuego es un elemento esencial en buena parte de las fiestas invernales. Su origen se remonta a antiguos ritos paganos asociados a la purificación.
Una de las festividades más populares es San Fabián y San Sebastián, el 20 de enero. Se prenden grandes hogueras en torno a las que gira la fiesta. La celebración en honor a estos santos, abogados contra la peste, se realiza en lugares que sufrieron fuertes epidemias y pedían su intercesión para que no se repitieran.
El fuego es también protagonista para San Antón (17 de enero), la Noche de San Juan (24 de junio) o San Ramón en Barbastro (21 de junio). La Noche de San Juan, fiesta mágica del solsticio de verano, es soporte de diversos rituales asociados al agua y el fuego y de creencias en seres mágicos como las moras o encantarias.
En torno a las hogueras se arremolinan niños y adultos, se comen patatas asadas y embutidos, se alegra el alma con los deliciosos vinos de la tierra y se baila al ritmo de las músicas tradicionales.
Esta leyenda se remonta al siglo IX, cuando Alquézar estaba dominada por los musulmanes.
El gobernador de aquella fortaleza exigía a los cristianos de las aldeas cercanas, el pago de un tributo con sus doncellas. Cansados de la situación, los cristianos aprovecharon la oportunidad para idear un plan. Una doncella valiente y hermosa de Buera, fue la escogida. Ella no se negó, pero antes maquinó un plan. Tras quedarse a solas con el gobernador adormecido tras una larga fiesta, del interior de su pelo recogido sacó un puñal con el que cortó el cuello del caudillo. Con la sangre derramada mojó un pañuelo blanco que mostró por la ventana. Esta era la señal que esperaban los cristianos para atacar el castillo. Tal fue el desconcierto de los musulmanes que, antes de ser apresados por los cristianos, decidieron precipitarse por los acantilados hasta el fondo del barranco, a lomos de sus caballos a los que habían vendado los ojos. Y se dice que todavía hoy, en algunas ocasiones se escuchan los gritos de estos guerreros.
Esta leyenda, constituye un tesoro de la tradición oral, al conjugar el acontecimiento legendario, asociado a mitos, que siguen vivos a través de diversos rituales festivos que continúan practicando los habitantes de Adahuesca.
Cuenta la leyenda que la peste acabó con los habitantes de varias aldeas de la sierra de Sevil. Tan sólo dos ancianas sobrevivieron. Para no correr la misma suerte, decidieron huir y pedir asilo en los pueblos próximos. Tras varios intentos en Radiquero y Alquézar, finalmente fue Adahuesca el pueblo que las acogió. Como agradecimiento por las atenciones recibidas, ellas como únicas propietarias, donaron la sierra de Sevil a los vecinos, con tres condiciones. En primer lugar cada 20 de mayo debían acudir al paraje conocido como Crucelós, donde serían enterradas, para rezar junto a su tumba. En segundo lugar, en el mismo lugar debían repartir “la caridad” (panecillos y vino) a todos los asistentes. En tercer lugar, el día de Santa Ana (26 de julio) entregarían peras a los niños de Adahuesca. Esta última condición es conocida como el “Correperas”.
Mediante esta leyenda se entronca con lo legendario la posesión por parte de Adahuesca de la sierra de Sevil, otorgada por varios reyes de Aragón, e impresa en un importante conjunto documental.
Todo este ciclo es puntualmente seguido anualmente por los aboscenses y es la base del Centro de Interpretación de Leyendas y Tradiciones