En torno al río Vero existieron numerosos molinos y almazaras, ya que el cereal y el aceite eran básicos para la alimentación.
Al norte, la población y las cosechas eran reducidas, por lo que los molinos harineros no abundaban y sólo funcionaban cuando el caudal del río era suficiente como fue el caso de los molinos de Pedro Buil entre Paúles de Sarsa y Sarsa de Surta y el molino de Almazorre (que cuenta también con un tejar y una almazara) o el impresionante molino de Lecina emplazado en el arranque del cañón del Vero.
En los pueblos de los somontanos se dio una mayor concentración, especialmente en torno a Barbastro y Alquézar. La extensión de los campos dedicados a cereal y olivo era mucho mayor. Desde la Edad Media, existieron varios molinos harineros como el Fuendebaños en Alquézar y varios en la ciudad de Barbastro (entre los que sobrevivió el denominado Moliné, convertido en la Fábrica de Harinas La Verense).
Respecto a las almazaras de aceite, destacan el Torno de Buera, rehabilitado y acondicionado como Centro de Interpretación del Olivo y del Aceite del Somontano y el de Betorz, también rehabilitado. Otros se han mantenido en activo como los de Alquézar y Adahuesca.
Fuentes, lavaderos, abrevaderos y pozos-fuente forman parte del amplio conjunto de elementos asociados al gua. Son valiosos elementos del patrimonio hidráulico que han llegado hasta nosotros como testimonio documental de la vida social y económica de las gentes que han vivido junto al río Vero.
Con la llegada del agua corriente a las casas, muchas de estas obras quedaron en desuso e incluso olvidadas. Sin embargo, han sido rehabilitados recuperando su aspecto original y la memoria de tiempos pasados.
Entre las fuentes destacan los más monumentales como la de San Francisco de Barbastro, profusamente decorada (s. XVI) o la de Monchirigüel en Alquézar. Otras tienen una tipología propia de un pozo fuente (Adahuesca y Fuendiós en Lecina) o están asociadas a un lavadero como en Buera o las dos fuentes de Betorz.
Las hay más modestas pero llenas de encanto como el aljibe-lavadero de Castellazo o las fuentes de Arcusa, Morcat y la de Pueyo de Morcat, junto al pueblo.
El río Vero conserva varios puentes históricos, desde el medievo al s. XVI. Destacan por la calidad de su factura, diseño y variedad de soluciones arquitectónicas.
La construcción de muchos puentes estuvo vinculada a la red de caminos, vertebrando así el territorio (Puente de la Albarda). En otros casos, se relacionan con los molinos, facilitando el acceso de las caballerías cargadas de trigo y harina (Puente de Fuentebaños y puentes en la cabecera del Vero en Paúles de Sarsa y Sarsa de Surta). Se construían en las proximidades de los pueblos para conectarlos a las vías de comunicación principales (Puentes de Villacantal, del Diablo, de Pozán, de Castillazuelo). Por ellos también se accedía a campos de cultivo y huertas (Puente de Pozán de Vero).
El Parque Cultural del Río Vero es sí mismo un gran museo del agua al aire libre.
Durante siglos, los habitantes del valle se han enfrentado a las leyes impuestas por la naturaleza, desarrollado el ingenio para obtener el máximo provecho del agua y la tierra.
Así surgieron aljibes, fuentes, lavaderos, puentes, azudes, acueductos, canales... de los que buena parte conservan su funcionalidad original. A través de estas obras podemos entender el origen de numerosas actividades económicas, el trazado de los ejes de comunicación, los asentamientos, ciertas tradiciones y la historia de un territorio desarrollado en torno al río.